El gran teórico ruso de la
industria cinematográfica, Ilya Ehrengurg,
describió al cine, a las producciones cinematográficas, como una “gran fábrica
de sueños”, en la que se construía una ficción que se proponía al público, al
espectador, como una realidad añorada, ambicionada, aunque en verdad no
existía.
Con este documental, foto-reportaje, el Grupo San Borondón,
actúa al revés, no crea una ficción, un sueño falso que imponer al espectador.
Muy al contrario, se trata de un trabajo que es capaz de recoger de la realidad
más pura, de los elementos cotidianos, sociales e históricos más veraces; el
sueño, el imaginario que representa el sentir y las querencias, que siglo tras
siglo han ido construyendo sus habitantes, sus vecinos, sobre su propio
entorno, sobre un barrio que tiene vida, leyenda y misterios singulares y que
por nombre lleva Vegueta.
Vegueta puede ser, lo es sin duda, un patrimonio histórico y
artístico, que queda, en el punto crucial de las rutas atlánticas donde se
encuentra enclavada y realzada desde que Cristóbal Colón la señalara, con su
paso por aquí en su viaje auroral de un Nuevo Mundo, como un verdadero
patrimonio de la humanidad, imagen y reflejo del acontecer humano, del trasiego
que las culturas y las civilizaciones han realizado, a través de los siglos, en
una y otra dirección para ir configurando la faz de la tierra y sus sociedades
como las hemos conocido y conocemos. Vegueta ha sido y es fuente de inspiración de
historiadores, literatos y músicos; ámbito y escenario de ceremonias ó de
conmemoraciones, de espacio para la reivindicación o para la sumisión, para la
pena solidaria ó solitaria; y también, que mucho hubo y hay, para el
divertimento público.
Pero Vegueta, morada y hogar, iglesia, altar, pila bautismal
y fosa para el descanso eterno, es ante
todo un sentimiento; una mirada al interior de cada uno que se manifiesta en la
tez de sus vetustas piedras, en la policromía de la luz que se abre paso entre
los árboles de recoletas plazas, por zaguanes y umbrosos patios, en los sonidos
del viento que sube del barranco y del romper de las olas en la cercana marea,
en la hermosísima y sobria nobleza de sus edificios, que cuajan y dialogan a la
perfección entre unos y otros, con independencia de la magnificencia o la mayor
o menor humildad de cada uno de ellos.
No es de extrañar que uno de sus ilustres vecinos, D. Pedro
Cullen, en un artículo publicado hace ahora cincuenta años, en junio de 1958,
afirmara como “una detendida visita al barrio de Vegueta es fuente de gratas
sorpresas y de desconcertantes motivos de meditación”.
Él mismo no se resiste ha dejarnos una primera y sentida
meditación sobre el ser y la esencia de Vegueta, de ese lugar donde la ciudad
tuvo su origen, de ese conjunto de calles y edificios que, a pesar de los
desafueros cometidos, de los ataques que sufrió de muy diversa naturaleza en
muy diversas épocas, logró constituirse y llegar hasta nosotros como ese noble
y popular barrio que dignifica nuestro pasado y nuestra personalidad
grancanaria, por lo que, hace ya cincuenta años, no dudaba en señalar como:
“Vegueta sigue siendo
lo más severo, elegante y distinguido de la ciudad; sigue conservando el
rescoldo de la grandeza pasada, con sus calles rectas o sinuosas, estrechas o
de relativa anchura, con sus casonas señoriales y sus plazas recónditas y
silenciosas.
Vegueta es lugar de inevitable peregrinación para cuantos
deseen conocer el alma auténtica de la primitiva ciudad y quieran contrastar el
pasado pletórico de hidalga parsimonia con el atareado afán, dinámico y
vertiginoso de las nuevas barriadas”
No es de extrañar que sus vecinos de todos los tiempos, por
uno u otro motivo, en una u otra ocasión, al deleitarse con la íntima geografía
de sus callejuelas, plazas y mansiones ó al contemplar el paisaje de sus
contornos, dieran rienda suelta a la expresión de sus más hondos sentimientos,
como le ocurrió, allá por los años centrales
del siglo XIX, al poeta Pablo Romero y Palomino, el personaje más mortificado
por la agrias invectivas que le propinaba su parienta la popularísima
“Perejila”, cuando exclamó , dirigiéndose “Al Guiniguada”
¿Dó yacen sumergidas
tus aguas cristalinas, Guniguada?
Mirando entristecidas
tus riberas su pompa marchitada,
ahora lloran por ti, que las olvidas.
Hoy afrontaremos una nueva mirada sobre Vegueta, una nueva
reflexión sobre este histórico barrio a través de las imágenes y las músicas seleccionadas
y magistralmente entrelazadas, a modo de regio bordado, por los creadores del
Grupo Fotográfico San Borondón. Y, con tan sonora y elocuente denominación
tomada de “La Encantada”, la isla de los ensueños más constantes, la que los
isleños gustaban ambicionar, no podía ser menos que ante nosotros surgiera, de
las manos de estos maestros grancanarios de la fotografía, de la mirada al
paisaje propio, ese sueño permanente
entre todas y cada una de las generaciones de laspalmeños que se llama Vegueta;
propuesto, en la misma línea que señalara D. Pedro Cullén, como fuente de
gratas sorpresas y de desconcertantes motivos de meditación; sin olvidar que
también su intención es la de hacernos felices, disfrutando de una más
que atractiva visión de algo que ellos han sabido singularizar en su
cotidianeidad.
Y, gracias a su creatividad, a su mágica fábrica de sueños
sustentados en la más estricta realidad, se nos aparecerá, cinco siglos
después, aquella primitiva fundación que el primer gran poeta de toda Canarias,
el veguetero Bartolomé Cairasco de Figueroa,
ya a finales del siglo XVI describiera en toda su dignidad como:
La noble y gran ciudad aquí fundada
será después por el común decreto
el Real de Las Palmas titulada,
que nace de altas causas alto efecto.
Los ecos de estos versos resuenan aún, siglos después, en los muros de las casonas vegueteras, en
las piedras de sus monumentos, en la intimidad de sus recoletas estancias, o
tras las celocías de los balcones, convertidos en verdadero lema de hidalguía
de un barrio que nació una madrugada al calor de los rescoldos de las hogueras
sanjuaneras, bajo el patronazgo de Santa Ana, al que se unió, siglos después,
el del Cristo de la Vera Cruz; y esta altura de miras que sus habitantes
tuvieron desde los primeros años de vida de un barrio que llegó a ser ciudad,
la Muy Noble y Leal Ciudad Real de Las Palmas de Gran Canaria, todas las
generaciones, que durante siglos contribuyeron a ello, quisieron labrarla en un
alto y sólido edificio catedralicio, que fuera honra y seña de un barrio, de
una ciudad y de una isla en el conjunto de un archipiélago atlántico que coronó
durante siglos; un edificio cuya sólo propuesta ya le hizo exclamar al propio
Cairasco de Figueroa:
Y sobre todas Gran Canaria puede
llamarse siempre bien afortunada,
pues a Santa Ana el cielo le concede
por titular patrona y abogada,
donde en iglesia catedral que excede
a muchas que lo son, es venerada,
cuyo servicio, pompa y aparato
del gran templo Hispalense es un retrato.
Si se habla en estos momentos de Real de Las Palmas, luego
lo será de ”Ciudad Real”; pero el nombre tan querido para todos nosotros de
Vegueta tardará en aparecer; y si existen documentos en los que ya lo
encontramos, siglos atrás, no ocurre así en las primeras imágenes que tuvimos
de esta ciudad, limitada entonces a sus dos barrios históricos y los
incipientes barrios en los riscos de San Nicolás, San Roque, San Juan y San
José, los primeros planos, como los trazados por los ingenieros militares Leonardo
Torriani y Próspero Casola, allá por los últimos años del siglo XVI ó por el grancanario Pedro Agustín del
Castillo, Alférez Mayor de la Isla, casi un siglo más tarde, que sólo nos darán
el de Triana, cuya calle Mayor de Triana ya se ubica y consta que así se
denominaba, aunque como barrio aparece señalado con tal nombre en el plano que
un anónimo soldado dibujara toscamente, pero con enorme sensibilidad y belleza,
en 1659, en el que en el lado de Vegueta del Guiniguada puso “Canaria”, y en el
otro “Triana”.
La primera imagen de la ciudad, en la que aparece el nombre
de Vegueta como denominación de este barrio, será el plano trazado en 1792 por
el ingeniero militar Luis Marqueli, donde bajo el epígrafe de ambos barrios
históricos hace una relación de los nombres de las principales calles existentes
entonces. Lo mismo ocurre en el del prebendado Pereira y Pacheco de 1833. No
será hasta el que dibuje en 1843 el teniente coronel Francisco Coello, con
textos del celebérrimo Pascual Madoz, cuando ambos nombres aparezcan claramente
situados por vez primera sobre ambos barrios, aunque el que nos ocupa aparezca
en la versión en que aparece en los primeros documentos en los que se le
encuentra, como es el de “La Vegueta”. Para observar el que nos ha llegado a
nosotros, “Barrio de Vegueta”, habrá que esperar al plano del arquitecto
municipal Luis F. López Echegarreta, que se mandó a grabar en París en
1883.
Y muchos se preguntarán ¿y esto de “La Vegueta” de que se
trata?
El topónimo “Vegueta”, que como tal no se recoge en el
Diccionario de la Real Academia Española, pero si en el Tesoro Lexicográfico
del Español en Canarias, es sencillamente una forma disminuida de “vega”, que en las islas se entiende por zona de
tierra fértil, localizada en pequeños valles que forman este terreno y por cuyo
fondo discurre algún barranco. Si se observa el ámbito donde se funda el Real
de Las Palmas, donde crecerá la Ciudad Real de Las Palmas, donde se formará el
Barrio de Vegueta, nos encontraremos con unas zonas fértiles y cultivables,
una pequeña vega, con un barranco
cercano, el Guiniguada, que no es de extrañar se le llamara, dada sus
dimensiones, “La Vegueta”, y que luego quedará, como topónimo, simplemente como
“Vegueta”, denominación que también encontraremos en otros lugares de esta
isla, como en Agüimes, o “La Vegueta” en
plena Geria lanzaroteña.
Y nació Vegueta, bajo un toldo milenario de palmeras,
acunada de finas arenas y arrullada por un sonajero de caracolas. Eran tierras
de antiguos reyes, de Faycanes y Guanartemes, y nuevos reyes, de Castilla y
León, harán de ella Ciudad Real, capital de un nuevo reino que en heráldicos
linajes de realengo se llamó en adelante y para siempre Reino de las Islas de Canaria; un reino que tendría su capital en
la Vegueta que nacía, con una dignidad, nobleza y señorío que quedó
manifiestamente labrado e impregnado en el rostro pétreo de sus mansiones y
monumentos, para orgullo de todas las generaciones, que siempre encontraron su
grandeza en la sobria sencillez de las líneas con que se fue trazando siglo
tras siglo.
Quién entendió a Vegueta y su sentir hasta la médula fue el poeta
José María Millares, pues hasta un himno le brindó, sin saberlo ni
proponérselo, con su canción “Campanas de Vegueta”; precisamente en su extenso
poemario “Vegueta” resuenan, como campanas catedralicias, muchos versos que son
verdadero reflejo intenso de este barrio y su devenir, pues:
En Vegueta
se recuestan los años sobre el frío
camastro de sus piedras;
y en las voces que se oscurecen,
que se desnudan
en el tiempo,
bajo los escombros
del pasado ….
O no duda en exclamar:
Ay, Vegueta
pequeña ciudad de mis antepasados,
donde habitan mis muertos,
los que ahora me observan, y buscan
atentos las palabras
de mis pasos,
acechando tras los cristales
de sus ventanas
de sus labrados balcones
de olorosa madera,
curiosos,
el paso de la vida, …
Sin duda, esta es la verdadera Vegueta, la del sentimiento
hecho expresión de vida, en las penas y en las alegrías, la que han sabido
conjugar y conjugan quienes han hecho del barrio su hogar, en la intimidad de
la casa, o en los mas recoletos rincones de su geografía urbana; rostros de
gentes de ayer y de hoy, las que describieron cronistas como el comerciante de
la calle de La Peregrina Antonio Bethencourt, el letrado Isidoro Romero
Ceballos ó el medico Domingo José
Navarro y Pastrana, sin olvidar a otros más recientes como Eduardo Benítez
Inglott, al que se conoció como “la anécdota viva de la ciudad”, o al propio
Luis García de Vegueta, que estaba convencido de que “al igual que en el Viaje alrededor de mi cuarto, deJavier
de maestre, podría realizarse un recorrido alrededor de la Plaza de Santa Ana,
íntima recámara de la ciudad”, algo que en buena medida ustedes podrán
disfrutar en las imágenes y sonidos del trabajo del Grupo Fotográfico San
Borondón”.
Se ha dicho, se dice, que Vegueta es testimonio “mudo” de
siglos de historia, de personajes y acontecimientos; yo creo que esto no es
verdad, como tampoco lo creen los integrantes del Grupo Fotográfico San
Borondón y lo demostraran con la producción que nos ofrecen sobre este barrio.
Vegueta es un testimonio elocuentísimo, muy sonoro, que se percibe con
facilidad a penas tenga uno la mas mínima sensibilidad para entregarse al
designio de sus palabras, del leguaje que interpretan los nombres de sus
calles, los estilos arquitectónicos de épocas y gustos diversos que conjugan en una expresión única y
personalísima, las formas de ser y estar de sus gentes de ayer y de hoy, todo
empapado en el vapor suave de sus tradiciones, que parecen emanar de ese
espíritu que Tomás Morales encontró aquí:
Yo prefiero estas calles serias y luminosas
que tienen un indígena sabor de cosa muerta;
donde el paso que hiere las roídas baldosas,
el eco de otros pasos, legendarios,
despierta…
Yo prefiero estas plazas, al duro sol
tendidas,
que aclamaron un día los fastos insulares;
donde hay viejas iglesias de campanas
dormidas,
y hay bancos de granito, y hay fuentes
populares…
En fin, una Vegueta que es ante todo sentimiento, expresión
de sentires de generaciones de isleños de ayer y de hoy; sentimiento hecho
piedra labrada, campanas al viento, vocerío de juegos infantiles y de rezos a
las ánimas, pasos silentes tras un Cristo en procesión, en medio de la fría
brisa de la madrugada, o bajo un toldo de palmeras en luminosas mañanas de
Viernes Santo, de timples y guitarras en la Romería del Rosario ó en la
intimidad de tascas y bodegones, de conversaciones pausadas en viejos comercios
que aún perduran ó en el foro jurídico que casi hace hoy del barrio una ciudad
de la justicia. Una Vegueta de rincones, de intimidades, que ahora
recorreremos, con la emoción a flor de piel en las imágenes y sonidos con las
que nos la han querido evocar magníficamente los miembros del Grupo Fotográfico
San Borondón, unas imágenes descritas como verdaderos versos, como esos que
cada mañana, cada mediodía, cada atardecer, repican sonoros en todas las
campanas de Vegueta, al mar y a la cumbre, al corazón de todos los
grancanarios.
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