martes, 15 de diciembre de 2015

VEGUETA, VISTA POR “SAN BORONDÓN”

El gran teórico ruso de la industria cinematográfica, Ilya Ehrengurg, describió al cine, a las producciones cinematográficas, como una “gran fábrica de sueños”, en la que se construía una ficción que se proponía al público, al espectador, como una realidad añorada, ambicionada, aunque en verdad no existía.

Con este documental, foto-reportaje, el Grupo San Borondón, actúa al revés, no crea una ficción, un sueño falso que imponer al espectador. Muy al contrario, se trata de un trabajo que es capaz de recoger de la realidad más pura, de los elementos cotidianos, sociales e históricos más veraces; el sueño, el imaginario que representa el sentir y las querencias, que siglo tras siglo han ido construyendo sus habitantes, sus vecinos, sobre su propio entorno, sobre un barrio que tiene vida, leyenda y misterios singulares y que por nombre lleva Vegueta.

Vegueta puede ser, lo es sin duda, un patrimonio histórico y artístico, que queda, en el punto crucial de las rutas atlánticas donde se encuentra enclavada y realzada desde que Cristóbal Colón la señalara, con su paso por aquí en su viaje auroral de un Nuevo Mundo, como un verdadero patrimonio de la humanidad, imagen y reflejo del acontecer humano, del trasiego que las culturas y las civilizaciones han realizado, a través de los siglos, en una y otra dirección para ir configurando la faz de la tierra y sus sociedades como las hemos conocido y conocemos.  Vegueta ha sido y es fuente de inspiración de historiadores, literatos y músicos; ámbito y escenario de ceremonias ó de conmemoraciones, de espacio para la reivindicación o para la sumisión, para la pena solidaria ó solitaria; y también, que mucho hubo y hay, para el divertimento público.

Pero Vegueta, morada y hogar, iglesia, altar, pila bautismal y fosa para el descanso eterno,  es ante todo un sentimiento; una mirada al interior de cada uno que se manifiesta en la tez de sus vetustas piedras, en la policromía de la luz que se abre paso entre los árboles de recoletas plazas, por zaguanes y umbrosos patios, en los sonidos del viento que sube del barranco y del romper de las olas en la cercana marea, en la hermosísima y sobria nobleza de sus edificios, que cuajan y dialogan a la perfección entre unos y otros, con independencia de la magnificencia o la mayor o menor humildad de cada uno de ellos.

No es de extrañar que uno de sus ilustres vecinos, D. Pedro Cullen, en un artículo publicado hace ahora cincuenta años, en junio de 1958, afirmara como “una detendida visita al barrio de Vegueta es fuente de gratas sorpresas y de desconcertantes motivos de meditación”.

Él mismo no se resiste ha dejarnos una primera y sentida meditación sobre el ser y la esencia de Vegueta, de ese lugar donde la ciudad tuvo su origen, de ese conjunto de calles y edificios que, a pesar de los desafueros cometidos, de los ataques que sufrió de muy diversa naturaleza en muy diversas épocas, logró constituirse y llegar hasta nosotros como ese noble y popular barrio que dignifica nuestro pasado y nuestra personalidad grancanaria, por lo que, hace ya cincuenta años, no dudaba en señalar como:

Vegueta sigue siendo lo más severo, elegante y distinguido de la ciudad; sigue conservando el rescoldo de la grandeza pasada, con sus calles rectas o sinuosas, estrechas o de relativa anchura, con sus casonas señoriales y sus plazas recónditas y silenciosas.
            Vegueta es lugar de inevitable peregrinación para cuantos deseen conocer el alma auténtica de la primitiva ciudad y quieran contrastar el pasado pletórico de hidalga parsimonia con el atareado afán, dinámico y vertiginoso de las nuevas barriadas

No es de extrañar que sus vecinos de todos los tiempos, por uno u otro motivo, en una u otra ocasión, al deleitarse con la íntima geografía de sus callejuelas, plazas y mansiones ó al contemplar el paisaje de sus contornos, dieran rienda suelta a la expresión de sus más hondos sentimientos, como le ocurrió, allá  por los años centrales del siglo XIX, al poeta Pablo Romero y Palomino, el personaje más mortificado por la agrias invectivas que le propinaba su parienta la popularísima “Perejila”, cuando exclamó , dirigiéndose “Al Guiniguada”

                        ¿Dó yacen sumergidas
                        tus aguas cristalinas, Guniguada?
                        Mirando entristecidas
                        tus riberas su pompa marchitada,
                        ahora lloran por ti, que las olvidas.


Hoy afrontaremos una nueva mirada sobre Vegueta, una nueva reflexión sobre este histórico barrio a través de las imágenes y las músicas seleccionadas y magistralmente entrelazadas, a modo de regio bordado, por los creadores del Grupo Fotográfico San Borondón. Y, con tan sonora y elocuente denominación tomada de “La Encantada”, la isla de los ensueños más constantes, la que los isleños gustaban ambicionar, no podía ser menos que ante nosotros surgiera, de las manos de estos maestros grancanarios de la fotografía, de la mirada al paisaje propio,  ese sueño permanente entre todas y cada una de las generaciones de laspalmeños que se llama Vegueta; propuesto, en la misma línea que señalara D. Pedro Cullén, como fuente de gratas sorpresas y de desconcertantes motivos de meditación; sin olvidar que también  su intención es la  de hacernos felices, disfrutando de una más que atractiva visión de algo que ellos han sabido singularizar en su cotidianeidad. 

Y, gracias a su creatividad, a su mágica fábrica de sueños sustentados en la más estricta realidad, se nos aparecerá, cinco siglos después, aquella primitiva fundación que el primer gran poeta de toda Canarias, el veguetero Bartolomé Cairasco de Figueroa,  ya a finales del siglo XVI describiera en toda su dignidad como:

                        La noble y gran ciudad aquí fundada
                        será después por el común decreto
                        el Real de Las Palmas titulada,
                        que nace de altas causas alto efecto.

Los ecos de estos versos resuenan aún, siglos después,  en los muros de las casonas vegueteras, en las piedras de sus monumentos, en la intimidad de sus recoletas estancias, o tras las celocías de los balcones, convertidos en verdadero lema de hidalguía de un barrio que nació una madrugada al calor de los rescoldos de las hogueras sanjuaneras, bajo el patronazgo de Santa Ana, al que se unió, siglos después, el del Cristo de la Vera Cruz; y esta altura de miras que sus habitantes tuvieron desde los primeros años de vida de un barrio que llegó a ser ciudad, la Muy Noble y Leal Ciudad Real de Las Palmas de Gran Canaria, todas las generaciones, que durante siglos contribuyeron a ello, quisieron labrarla en un alto y sólido edificio catedralicio, que fuera honra y seña de un barrio, de una ciudad y de una isla en el conjunto de un archipiélago atlántico que coronó durante siglos; un edificio cuya sólo propuesta ya le hizo exclamar al propio Cairasco de Figueroa:


                        Y sobre todas Gran Canaria puede
                        llamarse siempre bien afortunada,
                        pues a Santa Ana el cielo le concede
                        por titular patrona y abogada,
                        donde en iglesia catedral que excede
                        a muchas que lo son, es venerada,
                        cuyo servicio, pompa y aparato
                        del gran templo Hispalense es un retrato.

Si se habla en estos momentos de Real de Las Palmas, luego lo será de ”Ciudad Real”; pero el nombre tan querido para todos nosotros de Vegueta tardará en aparecer; y si existen documentos en los que ya lo encontramos, siglos atrás, no ocurre así en las primeras imágenes que tuvimos de esta ciudad, limitada entonces a sus dos barrios históricos y los incipientes barrios en los riscos de San Nicolás, San Roque, San Juan y San José, los primeros planos, como los trazados por los ingenieros militares Leonardo Torriani y Próspero Casola, allá por los últimos años del siglo XVI  ó por el grancanario Pedro Agustín del Castillo, Alférez Mayor de la Isla, casi un siglo más tarde, que sólo nos darán el de Triana, cuya calle Mayor de Triana ya se ubica y consta que así se denominaba, aunque como barrio aparece señalado con tal nombre en el plano que un anónimo soldado dibujara toscamente, pero con enorme sensibilidad y belleza, en 1659, en el que en el lado de Vegueta del Guiniguada puso “Canaria”, y en el otro “Triana”.  

La primera imagen de la ciudad, en la que aparece el nombre de Vegueta como denominación de este barrio, será el plano trazado en 1792 por el ingeniero militar Luis Marqueli, donde bajo el epígrafe de ambos barrios históricos hace una relación de los nombres de las principales calles existentes entonces. Lo mismo ocurre en el del prebendado Pereira y Pacheco de 1833. No será hasta el que dibuje en 1843 el teniente coronel Francisco Coello, con textos del celebérrimo Pascual Madoz, cuando ambos nombres aparezcan claramente situados por vez primera sobre ambos barrios, aunque el que nos ocupa aparezca en la versión en que aparece en los primeros documentos en los que se le encuentra, como es el de “La Vegueta”. Para observar el que nos ha llegado a nosotros, “Barrio de Vegueta”, habrá que esperar al plano del arquitecto municipal Luis F. López Echegarreta, que se mandó a grabar en París en 1883. 


Y muchos se preguntarán ¿y esto de “La Vegueta” de que se trata?

El topónimo “Vegueta”, que como tal no se recoge en el Diccionario de la Real Academia Española, pero si en el Tesoro Lexicográfico del Español en Canarias, es sencillamente una forma disminuida de “vega”,  que en las islas se entiende por zona de tierra fértil, localizada en pequeños valles que forman este terreno y por cuyo fondo discurre algún barranco. Si se observa el ámbito donde se funda el Real de Las Palmas, donde crecerá la Ciudad Real de Las Palmas, donde se formará el Barrio de Vegueta, nos encontraremos con unas zonas fértiles y cultivables, una  pequeña vega, con un barranco cercano, el Guiniguada, que no es de extrañar se le llamara, dada sus dimensiones, “La Vegueta”, y que luego quedará, como topónimo, simplemente como “Vegueta”, denominación que también encontraremos en otros lugares de esta isla, como en Agüimes, o  “La Vegueta” en plena Geria lanzaroteña.

Y nació Vegueta, bajo un toldo milenario de palmeras, acunada de finas arenas y arrullada por un sonajero de caracolas. Eran tierras de antiguos reyes, de Faycanes y Guanartemes, y nuevos reyes, de Castilla y León, harán de ella Ciudad Real, capital de un nuevo reino que en heráldicos linajes de realengo se llamó en adelante y para siempre Reino de las Islas de Canaria; un reino que tendría su capital en la Vegueta que nacía, con una dignidad, nobleza y señorío que quedó manifiestamente labrado e impregnado en el rostro pétreo de sus mansiones y monumentos, para orgullo de todas las generaciones, que siempre encontraron su grandeza en la sobria sencillez de las líneas con que se fue trazando siglo tras siglo.

Quién entendió a Vegueta y su sentir hasta la médula fue el poeta José María Millares, pues hasta un himno le brindó, sin saberlo ni proponérselo, con su canción “Campanas de Vegueta”; precisamente en su extenso poemario “Vegueta” resuenan, como campanas catedralicias, muchos versos que son verdadero reflejo intenso de este barrio y su devenir, pues:
                        En Vegueta
                        se recuestan los años sobre el frío
                        camastro de sus piedras;
                        y en las voces que se oscurecen,
                        que se desnudan
                        en el tiempo,
                        bajo los escombros
                      del pasado ….  
O no duda en exclamar:

                        Ay, Vegueta
                        pequeña ciudad de mis antepasados,
                        donde habitan mis muertos,
                        los que ahora me observan, y buscan
                        atentos las palabras
                        de mis pasos,
                        acechando tras los cristales
                        de sus ventanas
                        de sus labrados balcones
                        de olorosa madera,
                        curiosos,
                        el paso de la vida, …    

Sin duda, esta es la verdadera Vegueta, la del sentimiento hecho expresión de vida, en las penas y en las alegrías, la que han sabido conjugar y conjugan quienes han hecho del barrio su hogar, en la intimidad de la casa, o en los mas recoletos rincones de su geografía urbana; rostros de gentes de ayer y de hoy, las que describieron cronistas como el comerciante de la calle de La Peregrina Antonio Bethencourt, el letrado Isidoro Romero Ceballos  ó el medico Domingo José Navarro y Pastrana, sin olvidar a otros más recientes como Eduardo Benítez Inglott, al que se conoció como “la anécdota viva de la ciudad”, o al propio Luis García de Vegueta, que estaba convencido de que “al igual que en el Viaje alrededor de mi cuarto, deJavier de maestre, podría realizarse un recorrido alrededor de la Plaza de Santa Ana, íntima recámara de la ciudad”, algo que en buena medida ustedes podrán disfrutar en las imágenes y sonidos del trabajo del Grupo Fotográfico San Borondón”.

Se ha dicho, se dice, que Vegueta es testimonio “mudo” de siglos de historia, de personajes y acontecimientos; yo creo que esto no es verdad, como tampoco lo creen los integrantes del Grupo Fotográfico San Borondón y lo demostraran con la producción que nos ofrecen sobre este barrio. Vegueta es un testimonio elocuentísimo, muy sonoro, que se percibe con facilidad a penas tenga uno la mas mínima sensibilidad para entregarse al designio de sus palabras, del leguaje que interpretan los nombres de sus calles, los estilos arquitectónicos de épocas y gustos diversos  que conjugan en una expresión única y personalísima, las formas de ser y estar de sus gentes de ayer y de hoy, todo empapado en el vapor suave de sus tradiciones, que parecen emanar de ese espíritu que Tomás Morales encontró aquí:

                        Yo prefiero estas calles serias y luminosas
                        que tienen un indígena sabor de cosa muerta;
                        donde el paso que hiere las roídas baldosas,
                        el eco de otros pasos, legendarios, despierta…

                        Yo prefiero estas plazas, al duro sol tendidas,
                        que aclamaron un día los fastos insulares;
                        donde hay viejas iglesias de campanas dormidas,
                        y hay bancos de granito, y hay fuentes populares…


En fin, una Vegueta que es ante todo sentimiento, expresión de sentires de generaciones de isleños de ayer y de hoy; sentimiento hecho piedra labrada, campanas al viento, vocerío de juegos infantiles y de rezos a las ánimas, pasos silentes tras un Cristo en procesión, en medio de la fría brisa de la madrugada, o bajo un toldo de palmeras en luminosas mañanas de Viernes Santo, de timples y guitarras en la Romería del Rosario ó en la intimidad de tascas y bodegones, de conversaciones pausadas en viejos comercios que aún perduran ó en el foro jurídico que casi hace hoy del barrio una ciudad de la justicia. Una Vegueta de rincones, de intimidades, que ahora recorreremos, con la emoción a flor de piel en las imágenes y sonidos con las que nos la han querido evocar magníficamente los miembros del Grupo Fotográfico San Borondón, unas imágenes descritas como verdaderos versos, como esos que cada mañana, cada mediodía, cada atardecer, repican sonoros en todas las campanas de Vegueta, al mar y a la cumbre, al corazón de todos los grancanarios.

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