Decían todas nuestras abuelas y abuelos que “en el año hay tres
días que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”.
Del Corpus, que ya no reluce en jueves, pues pasó a domingo, y ya no lo hace
tanto como antaño, al menos en su celebración vegueteña, pues en otras
localidades de la isla como Arucas recupera buena parte de su esplendor,
podemos decir que se trata de una festividad religiosa y popular que era
esperada ansiosamente cada año por nuestros antepasados y se desarrollaba con
enorme concurrencia y brillantez. Tanto que una disposición del obispo D.
Cristóbal de la Cámara y Murga, que todos conocieron mas como “Obispo Murga”,
allá por el siglo XVIII, insistía en que para el día del Corpus “estén las
iglesias y parroquias aderezadas de lo mejor que se pudiere y las calles con
doseles, tafetanes, con variedad de rosas y flores”.
Alfombra del Corpus en la Plaza del Espíritu Santo, 1925 (FEDAC) |
Son muchas
las personas que aún recuerdan que, llegado este jueves, Vegueta amanecía
envuelta en un denso aroma a pinocha fresca, extendida por las calles aledañas
a la Catedral de Canarias, para sobre
ella confeccionar las ricas y vistosísimas alfombras de flores. Llegado el
mediodía, los pétalos multicolores de las alfombras competía con la intensísima
luz solar de esos días en que la primavera ya se encamina al estío, mientras se
regaba continuamente para impedir que la brisa atlántica se llevara aquella
delicadísima ornamentación. La víspera, en horas de tarde y noche, reuniones de
niños, jóvenes y mayores, en los patios de las casas responsables de la
confección de estas alfombras en distintos tramos, se encargaban de deshojar
las flores, mientras disfrutaban de una suculenta merienda. En fin, un ambiente
festivo, que conectaba directamente con antiguas tradiciones y eventos, para el
que el barrio se engalanaba con alfombras de flores, las paredes se recubrían
con palmas y en determinados puntos del recorrido procesional, como en la plaza
del Pilar Nuevo, se montaban bellos, singulares y artístico altares, ante los
que se detenía el trono de plata con la sagrada custodia.
Alfombras del Corpus en la Plaza de Santa Ana, 1906 (FEDAC) |
Esta
festividad religiosa y popular, que supone el momento culminante de todas estas
celebraciones sagradas relacionadas con
el mundo de la naturaleza, las flores, como la cruz enramada de mayo, la lluvia
de pétalos en la Catedral el día de la Ascensión, que tiene su origen en disposiciones
eclesiales emanadas del Concilio de Trento, tuvo su mayor desarrollo y
esplendor en los siglos XVII y XVIII, y especialmente en los años en que el
barroco imponía sus gustos y hábitos en la sociedad. Gran Canaria no fue ajena
a estas modas, y junto con la idea de colocar artísticamente pétalos de flores,
con los que se formaban hermosas alfombras, a la vez que muchos otros adornos
callejeros, surgieron hábitos festivos como comedias, que desaparecieron por la
disposición que en ese sentido hizo el Obispo Juan de Guzmán en 1623, al decir,
en cabildo espiritual, que “en las Fiestas del Corpus no haya comedia ni coloquio,
sino danzas”. Danzas ante la sagrada forma, que si en la edad media era hábito
que tenían los propios canónigos y sacerdotes, en estos días era muchachos
jóvenes ataviados con ricos atuendos, puede que al modo de los sevillanos “Seises”
–que aún perduran-, y que aquí en Gran
Canaria se les conoció como “Machachines” o “Matachines”, según testimonian
algunas crónicas.
Pero en el
entorno de este día grande, en aquellos siglos, la festividad se arropó con
otras celebraciones de carácter más lúdico, como pudieron ser los juegos de
toros, lidiados por caballeros a caballo con varas, o la celebre y festejada
comitiva de “La Tarasca”, una especie de serpiente con aires de dragón, que
representaba al pecado, y que era sometida por una imagen, de corte femenino ó
angelical, con la representación de una custodia sagrada en la mano, que
semejaba la virtud que se imponía al mal. En esta comitiva surgió una figura
que luego se mantendría y se extendería a otras fiestas religiosas y profanas,
los famosos “papagüevos”, unas figuras grotescas –que en ocasiones han
representado los rostros de personajes populares–, que danzaban continuamente
para alegría de los mayores y asombro y susto de los más pequeños. Ya son
mencionados en 1777, por las autoridades religiosas isleñas cuando señalaban
que “en Cabildo,
que se celebró este mismo día se acordó,
que se suspendiesen las Danzas de muchachos, Gigantes y Papahuevos y
demas con que se celebraba el día de Corpus…”. El lagunero José Rodríguez
Moure, en "El ovillo", allá por
1923, recordaba como “a la chiquillería vocinglera atráiganla los
gigantones mascarones de la Tarasca, la Vicha y los Papahuevos…”, en
referencia a los festejos del Corpus; sin embargo, en Canarias pronto se
popularizó, para denominar a su particulares y arraigados gigantes y cabezudos, el término “papagüevo” que hoy se utiliza profusamente.